Esteban VI manda, nueve meses después de la muerte de Formoso, exhumar su cadáver y someterlo a juicio en un concilio que reunió a tal fin y que ha pasado a la historia como el “Concilio cadavérico”, “Sínodo del terror” o "Sínodo del cadáver". En dicho concilio, se procedió a revestir el cadáver de Formoso de los ornamentos papales y se le sentó en un trono para que escuchara las acusaciones. Encontrado culpable, le arrancaron de la mano los tres dedos con que impartía las bendiciones papales y fue arrojado al río Tíber.
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