Sergio Ballesteros no está en su peso ideal. Es evidente. Hace algún tiempo que su silueta de jugador de fútbol fue devorada por su actual perfil de estibador. A finales del XIX, Ballesteros vestiría pantalones raídos y una camiseta blanca de tirantes llena de lamparones y descargaría las cajas de los barcos que llegasen al East River neoyorkino, compartiendo chanzas, bravuconadas y tabaco...
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