Durante las primeras misiones de la NASA, desde el Apolo 11 al Apolo 16, se pensó que este era un problema a tener en cuenta para, por ejemplo, evitar estornudos imprevistos. Así que los ingenieros también pensaron en una curiosa forma de abordarlo: incorporando un trozo de velcro pegado en el casco por dentro para que ejerciera las veces de “rascador de narices”, para que el astronauta pudiera frotarse en caso de un picor repentino y evitar así poner en peligro la viabilidad (o mejor habría que decir visibilidad) de la misión.
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