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Tras un decenio de exposición generalizada de los niños a todo tipo de pantallas cae el jarro de agua fría: la mayoría de los estudios demuestran sus efectos negativos en el cerebro. Empobrecimiento del lenguaje, problemas de atención o sueño fragmentado. El daño en las capacidades cognitivas y en el desarrollo cerebral son profundos y persistentes. Asimismo, las evaluaciones del sistema educativo desacreditan los recursos digitales en las aulas. Los niños aprenden mejor a través del contacto directo con las personas.
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