Si la intención inicial era que Europa fuera una babel de lenguas de personas plurilingües, en la práctica el idioma de trabajo es uno. Esto da demasiado poder a los países anglohablantes (especialmente al Reino Unido) que aparte de necesitar menos esfuerzo (no necesitan aprender otro idioma) tienen un negocio con la enseñanza de su idioma a los extranjeros. De hecho se plantean medidas peregrinas como forzar que el inglés sea la tercera lengua en aprenderse y no la segunda para evitar esta situación.
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