Con las penas puede pasar lo que con el ruido: cuanto más se grite, menos se oye, y más hay que gritar. Esa es una de las razones por las que de aquí a poco todo lo que baje de la prisión permanente va a parecer que el delincuente se va de rositas. Cualquier leve sugerencia sobre una posible desproporción de la pena ya te expone a ser calificado como complaciente con el delito e insensible con la víctima. (...) Es sorprendente que se siga pensando que cuanto más elevadas sean las penas de cárcel, menos delincuencia va a haber y más felicidad.
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