Las entradas para un gran festival rara vez bajan de 80 euros. Dentro, los minis de cerveza se venden a entre 8 y 10. Los trabajadores que están en las barras cobran 7 euros por hora y las grandes bandas que encabezan el cartel pueden llegar a superar el millón de caché. Pero, ¿dónde quedan los grupos de segunda y tercera línea dentro de la economía festivalera?
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