En un mundo tan cainita como es el cine español, pocas figuras concitan tanta simpatía como Agustín Díaz Yanes (Madrid, 1950), Tano para sus amigos. Es sólo una de las singularidades de un hombre que de niño quiso ser torero ("es la única profesión seria que queda") y que, sin embargo, se convirtió en director de cine.
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