A mediados de los años 70, España trataba de superar la última de las tres grandes tensiones desestabilizadoras: la que existía entre centralismo y regionalismos. Las otras dos, la tensión entre monarquía y república y la tensión entre el estado laico y estado confesional se habían resuelto sin que las discrepancias se desbocaran: España sería un estado aconfesional con un rey a la cabeza. Para superar la cuestión regional, especialmente en Cataluña y País Vasco, se optó por el sistema autonómico. Estas eran las ventajas que se esperaban:
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