Tras años de riguroso seguimiento del piloto español (conocido por su falta de suerte en cualquier competición), el grupo de estudio de armas químicas del CSIC consiguió identificar ciertos patrones ambientales que, junto con las muestras ADN tomadas al piloto, llevaron a la creación de la molécula artificial de ácido policarlosaizgafeínico: el gafe en su estado más puro.
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