10 km. Esa es la distancia que, como mínimo, recorro cada día por las calles de Madrid. En ese trayecto me encuentro con peatones que atraviesan la Castellana sin ningún decoro; con decenas de coches que aparcan en doble fila en la calle Alcalá y colapsan el carril bus; con camiones cargados de mercancías que, al no poder estacionar en el espacio reservado para ellos, taponan pasos de cebra; con motos que circulan por la acera y que se incorporan a la circulación por lugares inesperados o con parejas que cruzan la Gran Vía or cualquier lugar.
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