A los amantes de las teorías conspiranoicas les han impresionado demasiado los trajes, ademanes y sueldos de los poderosos, y les suponen además una inteligencia y unas capacidades de previsión y estrategia absolutamente sobrehumanas. He aquí el primer motivo por el que no me gustan éstas historias; dejan al ciudadano de a pie como a un imbécil, como a un pelele, y ponen a los poderosos en un altar intelectual muy alejado de la realidad.
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