¿Qué más da que en el último Karate Kid los niños chinos no sean tan malos como en su versión occidental gracias a un tijeretazo de 12 minutos? ¿O que los invasores del remake de Amanecer Rojo ya no sean chinos como en el original sino norcoreanos? En Hollywood ya no mandan los productores, los estudios o las estrellas. Los directores tampoco tienen la última palabra. Con un mercado que el pasado año se dejó más de 2.000 millones de euros en la taquilla, el público chino es el que corta el bacalao.
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