El caos se iba a apoderar de Pontevedra y de Vitoria. Los comercios perderían clientes, el tráfico colapsaría las calles circundantes, las familias tendrían problemas para llevar a sus hijos al colegio y muchos huirían despavoridos a la periferia. "Cuando vean lo que van a provocar, tendrán que dar marcha atrás", advertían. Hoy suenan lejos los presagios de las plataformas vecinales y políticas que se opusieron con ferocidad a la peatonalización de los centros urbanos de estas dos capitales de provincia.
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