La muerte se narra en amarillo. Cuanto más chillón, mejor. “Armas blancas, botellón y fallos de seguridad en la tragedia de Halloween”, carga las tintas el portadista de La Gaceta. Su esfuerzo le vale sólo para conseguir el segundo premio de la truculencia. El primero se lo lleva de calle su colega de ABC, que de entre todos los entrecomillados posibles escoge uno que va directo al hígado: “No me sueltes que me estoy muriendo”. El sensacionalismo era eso.
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