La publicidad es el arte de convencer a la gente de que gaste el dinero que no tiene en cosas que no necesita. Cuando en lugar de cosas, lo que vende son ideas, la publicidad muta en propaganda, pero el objetivo es el mismo: que pases por caja o, en este caso, por urna. Al candidato, igual que a la lata de tomate frito, hay que sublimarle sus virtudes y ocultar en la medida de lo posible sus defectos; buscar su perfil bueno, encontrar una pose favorecedora y, por último, idear un eslogan persuasivo, contundente y no demasiado risible.
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