El peor enemigo de la lucha contra el cambio climático es, probablemente, la demagogia y el falseamiento de la realidad. La primera, la practican tanto los políticos como las empresas, especialmente las energéticas, a las que les gusta anunciar su parte más verde, cuando la mayoría de su producción es contaminante (algunas prohíben incluso que se fotografíen las chimeneas de sus centrales térmicas). En cuanto al Gobierno, la demagogia se suele traducir en compromisos electoralmente correctos pero económicamente inviables y medioambientalmente.
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