Las listas mienten. Y las de los mejores vestidos, los más elegantes, todavía más. El traje queda en segundo plano para premiar el grado de celebridad, la importancia de su trabajo o la exposición mediática de los últimos meses. Al actor guapo le sienta bien todo; al cocinero transgresor se le permite el fallo llamándolo riesgo; y al político que habla bien y obtiene buenos resultados, vaya, se le presupone elegancia.
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