Para la mayoría de los adultos resulta desesperante. Dos niños están encerrados en su habitación, con la mirada perdida en la pantalla mientras juegan a Minecraft. Al otro lado del cuarto hay una ventana gigante que da a un fabuloso parque lleno de luz, vida y árboles. "¡Pero salid, maldita sea, salid ahí fuera y disfrutad". The New Yorker apela a los sentimientos más primarios de todos sus lectores: ¿cómo es posible que nadie prefiera la vida digital a la vida real?
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