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Tras la Segunda Guerra Mundial se basaba en una promesa muy sencilla: si trabajabas a denuedo, si te esforzabas lo suficiente, siempre podrías vivir mejor que tus padres. Aquella verdad se sostuvo durante unas pocas décadas. A principios de los ochenta inició un lento y paulatino declive consumado definitivamente en la Gran Recesión de 2008.
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