En contra de una afamada sentencia filosófica, parece que se ha extendido la máxima "cuando no se tiene nada que decir, mejor no callarse". Una de las maneras de no callarse cuando no se tiene nada que decir, la estrategia del adjetivo, chisporrotea cada mañana en tertulias y editoriales: se empaqueta la opinión criticada bajo una etiqueta y se prescinde del trámite del argumento.
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