Al principio fue bien recibido. A diferencia del Ejército iraquí, brutal y corrupto, eran educados. Vigilaban los edificios públicos para evitar saqueos y desmantelaron los bloques de hormigón que asfixiaban el tráfico de la ciudad. “Durante una década, les dimos un porcentaje por cada contrato”. El 8%. Decidían quién iba a ganar el concurso público y quién iba a ser nombrado para un cargo. Nadie se atrevía a no seguir sus órdenes. Los que se negaban a obedecer, eran secuestrados. Estaban infiltrados en todas las instituciones del gobierno".
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