El presidente de Repsol, Antonio Brufau, siempre ha creído que la culpa de la desindustrialización española la tenía Emilio Botín. No él, ciertamente, pero era una manera de concretar, en el más importante banquero español, la manía de otorgar créditos a empresarios ambiciosos dispuestos a apalancarse con tal de conseguir controlar grandes empresas
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