László Biró (Budapest, 1899) acababa de firmar un documento en un hotel húngaro cuando fue abordado por un desconocido que se declaró impresionado al verle utilizar un bolígrafo. La pieza era un prototipo que había inventado el propio Biró, un ingenioso periodista que, cansado de las limitaciones de la pluma estilográfica, ideó una alternativa limpia y eficaz.
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