Algunas personas, cuando hablan, lo hacen con tal convicción que para interrumpir momentáneamente su inacabable discurso suelo preguntarles: “¿Eso que dices está comprobado?”. Su actitud pasa, en un instante, de un desenfrenado optimismo a una mueca de pocos amigos; ni siquiera se habían planteado que, en la medida de lo posible, las hipótesis que uno adelanta debieran haber sido probadas.
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