Cada vez que me pongo a leer a Homero, o a alguno de aquellos griegos que contaban las más tremendas batallas, con intervención de dioses incluida, no consigo comprender cómo eran capaces de conferir una fuerza semejante a sus relatos, o de repetir treinta o cuarenta veces la misma frase sin que suene lamentablemente repetitiva.
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