Llamaba la atención el pasado sábado en la Opera de París el ajetreo de melómanos japoneses. O de patriotas. Los había convocado el concierto de
Seiji Ozawa, cuya grandeza, inversamente proporcional al tamaño de monje ascético, se percibe porque sabe leer entre líneas y porque ha renunciado al símbolo autoritario, falocrático y astifino de la batuta.Traducción:
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www.elmundo.es/elmundo/2009/02/10/blogdepecho/1234256955.html