Un tumor cerebral es siempre una noticia difícil de recibir. Más aún a los 18 años, con toda una vida por delante y casi sin síntomas que expliquen cómo es posible que dentro de la cabeza esté alojada esa enfermedad. Por eso, cuando el neurólogo mandó a Bea a hacerse una resonancia de control por unas crisis epilépticas que tenía desde la infancia, ni siquiera él sospechaba que esto desembocaría en un diagnóstico de cáncer.
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