La provocación ha desaparecido del repertorio cromático barceloniano, hoy tan risueño y Rusiñol. Una silueta hambrienta, un cadáver con moscas, incluso un modesto pene, hubieran incomodado a los reyes, banqueros, promotores inmobiliarios, secretarios generales de la ONU, zapateros y ministros que han ovacionado entusiastas la redecoración ginebrina. La única mención explícita en la cúpula de Barceló a los derechos humanos, a las dictaduras y a la pobreza figura en el precio.
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