Hace algunos años, en las despensas de una España sin abundancia, no faltaba una ristra salada y seca. Cuentan los abuelos que lo pasaban por agua y le hincaban el diente. En el campo castellano, en tiempos sin congelador ni carreteras, de pescado sabían lo justo, salvo por ese bacalao que en la zona más rural era compañero cotidiano. Pero hoy en día, el bacalao se ha convertido en uno de los elementos más versátiles de la cocina peninsular (española y portuguesa). De producto mundano a materia prima de las mejores cocinas.
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