El rechazo social de la sociedad victoriana a las madres solteras empujó a que naciera a mediados del siglo XIX una institución para acoger a bebés y niños pequeños de aquellas madres no podían cuidarlos ni alimentarlos: las Baby Farm [granjas de niños]; que se convirtieron con el tiempo en un negocio en toda regla y muy lucrativo: cobraban de la madre al adoptar al bebe y volvían a cobrar de los nuevos padres adoptivos. La avaricia por ganar aún más dinero hizo que algunas cuidadoras empezaran a matar niños para rentabilizar el negocio.
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