Pero la magia que nos vende la factoría Disney tiene un precio. Si sus parques son lugares en los que la felicidad y otros sentimientos edulcorados se cuentan por toneladas, no es gracias a la improvisación. Todo está calculado, hasta el más mínimo detalle, razón por la que trabajar en estos paraísos para niños y no tan niños implique acatar una serie de normas que, en algunos casos, son bastante peculiares.
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