Todos tenemos un acento. Incluso aquellos que piensan que no lo tienen. El uso de la variedad o variedades lingüísticas con las que crecemos está impregnado de elementos característicos de la comunidad que nos rodea. En otras palabras, hablamos como nuestros semejantes. Esta realidad -uso de localismos, uso de ciertos diminutivos, etc- también incluye lo que se denominan características prosódicas -acento, tono, entonación-. Por lo tanto el acento proporciona información que nuestro cerebro capta consciente, pero a menudo inconscientemente.
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