Pongámonos en situación. Un bar de una gran ciudad. Dos tapas de ensaladilla (equivalentes a dos bolitas de helado en cada una) 22 euros, a 11 euros la unidad. El cliente las abona y, después, pregunta por el encargado del restaurante al que le sugiere que, ante un precio tan abusivo, la lista de lo que cuesta cada uno de los servicios debería de estar a plena vista de los clientes. Es entonces cuando el encargado (un hombre de dos metros de altura y de espalda cuadrada) contesta con malos modos. El cliente le pide la hoja de reclamaciones.
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