El hambre y la enfermedad, se llevaron por delante a 51 de los 245 tripulantes de la expedición, que en los momentos más trágicos llegaron a comer el cuero de los palos, gusanos, ratas y el serrín de la madera, para no morir. Soportaron elevadísimas temperaturas y pocos espacios de sombra para alivio y descanso, tras las horas de las guardias las que se dividían el trabajo entre sus cubiertas.
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