Roma, un domingo de septiembre de 2016. Vuelvo a coger el metro después de casi 20 años. El aspecto no ha cambiado, la única diferencia notable es que las estaciones están llenas de militares armados. Claro, las amenazas de terrorismo. Sentada en mi vagón empiezo a leer un libro. Unos pasos pesados me distraen, levanto la mirada y veo a un militar que ha entrado en el vagón con su fusil de asalto y se dirige hacia el fondo. La escena ya me provoca una leve inquietud. El rumbo de su marcha son cuatro chicas tranquilamente sentadas
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