El chico que escondió la talla tenía 13 años cuando se produjeron los hechos mientras celebraba con sus amigos el fin de curso 80-81; hoy cuenta con 43, es padre, y desde hace tiempo pensaba cómo devolverla. Tras mutilar la estatua de un mochilazo, y con la promesa de que nadie lo delataría, se encargó de esconder las pruebas. Al no encontrar buenas fotos, "le pusieron manos mal hechas, con la palma abierta, con los dedos extendidos, sin el pergamino que porta, ninguna como la primera; y a mí me daba pena", admitió el gamberro confeso.
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