Armando no tendría más de siete años, repito: siete. Llevé en mi taxi primero a su padre, recogimos a Armando a la salida del colegio, y de ahí nos fuimos a un centro deportivo a las afueras de la ciudad. El niño iba ya preparado con su ropa deportiva, sus botas de fútbol y una mochila que le entregó al padre. Éste, por su parte, le dio un zumo y una pieza de fruta que el chaval mordisqueó con ansiedad.
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