España. Años cuarenta. El único espacio público que da voz a la gente de la calle está diseñado por un hombre disfrazado de mujer. El consultorio de Elena Francis ponía en las ondas de la radio los problemas de la clase media para darles solución cristiana. Un cura y un psicólogo diseñaban las respuestas a las llamadas telefónicas —la mayoría de mujeres— con el manual de la perfecta esposa sumisa sobre la mesa. Un éxito. Una vergüenza.
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