– Sí, estoy bien – dice. – Me va muy bien. Tengo piso, estoy trabajando en un restaurante. Me pagan bien. Lo de la deuda de diez mil euros con nuestro vecino lo arreglaré muy pronto; mandaré el dinero. No os preocupéis. – Queda en silencio. ¿Cuántas veces más, cuántos meses más podrá repetir las mismas mentiras? ¿Y cuál será el final? ¿Encontrará ese trabajo en un restaurante, le darán los papeles y hará verdad la promesa, o aparecerá una mañana de vuelta en su pueblo, deportado? No, eso no, todo menos eso. Entonces tendría que confesar...
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