Ayer Esperanza lloró de rabia antes de comparecer. Lo delataban los músculos faciales, la irritación de los párpados y la flojera de la barbilla. Daban igual los gramos de maquillaje o la intensidad del colorete: anoche Esperanza lloró de rabia. La debacle de Esperanza Aguirre es la de una bestia ciega, encerrada en su mismidad, que podría protagonizar la literatura de Sábato, Kafka o Chéjov. Asistimos a sus zarpazos desesperados entre nubes de periodistas que le acercaban el micrófono, confiados de que el animal ya sólo mordía con la encía.
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