Un príncipe nigeriano te pregunta si puedes guardar parte de su herencia. Una madre te pide ayuda para la medicación de su hijo. A la vez, un ejecutivo te propone un negocio bastante suculento previo adelanto de dinero. Estas situaciones y otras parecidas, con sus matices, probablemente te suenen de algo: son los clásicos mensajes de ‘spam’. Engorrosos y llenos de faltas de ortografía y sintaxis, hay quien ha decidido darles una respuesta. Y no precisamente para ofrecerle el PIN de su tarjeta de crédito.
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