TECOMÁN, México — Estaba desparramado en una silla blanca, con el cuello torcido a la derecha. A pocos centímetros había un teléfono celular, como si justo hubiera terminado una llamada. Tenía puesto unos zapatos con las agujetas desamarradas; era una imagen mórbida de lo que se ha convertido la “vida” en este poblado colimeño.
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