El señor embajador, del que ahora todos piden su destitución cuando nunca debieron pasar por el aro de su nombramiento, encaja en algunas de las definiciones de miserable del diccionario de la Real Academia. Reprobado por el Parlamento, justificó su impunidad con el argumento de que las actuaciones de un Gobierno saliente no son revisables porque al perder las elecciones quedan sustanciadas sus responsabilidades políticas. A partir de ahí se convirtió en el confesor del PP, algo para lo que sin duda estaba preparado, y se hizo imprescindible...
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