Las visitas de la Señora Marquesa al cortijo eran todo un acontecimiento en Los Santos Inocentes de Mario Camus. Con sus mejores galas, es decir, con las ropas menos rotas, los trabajadores del campo recibían a la Señora de brazos abiertos y manos extendidas. Bajo una encina, los campesinos hacían cola pacientemente hasta que les llegase su turno para recoger, de la mano de la Señora vestida de impoluto blanco papal, unas monedas en forma de limosna.
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