Estoy un pelín hasta el coño del 8 de marzo. Y más aún del 25 de noviembre. Y del primero de mayo. Y de todo el santoral anual con que los Estados han ido poquito a poco canalizando y amansando nuestras ansias luchadoras. El día del SIDA, el día de la infancia, el día del refugiado, el día del vino de Cangas y el día de los oricios en salmuera. Días aprobados por la ONU, la UNESCO, la OTAN y toda su raza. Algo huele a podrido en todo esto. No sé explicitarlo muy bien, pero me da pudor ver carteles estatales celebrando mi feminidad.
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