Todavía no son las cuatro de la mañana. El cielo sigue bien oscuro y Jasmin ya está en la puerta de la oficina de empleo del barrio berlinés de Neukölln. Mono azul de faena, mochila en la espalda, botas de seguridad y cara de sueño. Toca el timbre y sale el empleado de la oficina: "Abrimos a las cuatro, y son menos cinco". Cinco minutos más esperando en el frío.
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