El vigoroso llanto de Alba irrumpió como un chorro de vida en el quirófano del Rafael Méndez. A su alrededor, todo era caos, destrucción, miedo y dolor por el terremoto, que apenas media hora antes había hecho temblar Lorca. Hasta el techo de sala de dilatación donde su madre, Mayte, trataba de que su parto saliera adelante minutos antes, se había resquebrajado de punta a punta. Ya no quedaba tiempo para más esperas. La niña tenía que nacer ya; el hospital comenzaba a ser evacuado y nadie debía permanecer más tiempo del estrictamente necesario.
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