Año 1995. Vivía en Las Palmas de Gran Canaria, yo era un chaval de 18 años, supertímido, superlelo, que no sabía relacionarse con las mujeres. Sólo las sentía cerca y me sonrojaba como un imbécil. Recuerdo que cuando subía a la guagua (es así como en las islas llamamos al autobús) coincidía con una chica de más o menos mi edad que me parecía guapísima. Un día le di mi teléfono en un papel y me fui corriendo.
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