Tener un dictador árabe en la cartera de clientes se ha convertido en un filón de oro para las agencias de relaciones públicas más importantes del mundo. A caballo entre Londres, Nueva York y Doha, casas como Bell Pottinger o Brown Lloyd James, han estado ayudando a los regímenes de Túnez, Egipto y Libia durante los últimos años para mejorar su imagen de cara al exterior y ocultar las violaciones crónicas de los derechos humanos que se producían en casa.
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